«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Nació en diciembre del 75 a bajo cero en Granada y eso imprime carácter. Ha vivido entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a un lado y al otro. Sureña en toda la extensión de la palabra y el territorio. Diplomada en Relaciones Laborales, desde pequeña se ha dedicado a escribir y a aprender de los que escriben. Liberal y contestataria, defiende sus causas y sus sueños desde el respeto. Tolerante, pero no moldeable. Normal, pero no vulgar."""
Nació en diciembre del 75 a bajo cero en Granada y eso imprime carácter. Ha vivido entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a un lado y al otro. Sureña en toda la extensión de la palabra y el territorio. Diplomada en Relaciones Laborales, desde pequeña se ha dedicado a escribir y a aprender de los que escriben. Liberal y contestataria, defiende sus causas y sus sueños desde el respeto. Tolerante, pero no moldeable. Normal, pero no vulgar."""

Un policía diferente

9 de abril de 2014
No había detractores de él. Todos le querían y se sentían seguros si estaba cerca. No se podía pedir más -ni menos- a un agente de la ley. En el fondo, los cuerpos de seguridad daban miedo, tenían mala prensa y estaban considerados unos seres que coartaban nuestra libertad y diversión. Por alguna razón, pese a no tener ninguna intención de hacer algo ilegal, cualquier representante de estos cuerpos era tachado de ser un incordio. Todos, menos él, que era la excepción que hacía cumplir la regla. Nadie se resistía a su encanto.

Es cierto que el que estuviera delinquiendo o hubiese perpetrado algo digno de ser sancionado, no tendría tan buen concepto de él, o igual sí, porque era difícil de odiar. Enfrentarse a él era saberse frente a un contrario nada fácil, además de tener todas las de perder. Jamás estuve al margen de la ley, pero imaginaba que el miedo a su perspicacia haría que mi culpabilidad latente fuera explícita.

Pocas veces se le puede ver sólo, siempre va con su compañero -alto, guapo, moreno- y según la gigante leyenda que les acompaña, se cubren las espaldas uno al otro sin necesidad de mirarse. Se entienden con una complicidad que va más allá de la que suelen tener otras parejas de policías, que por supuesto es mayor que la que tienen muchos matrimonios. Es curioso, pero para ser una pareja tan compenetrada, tan eficaz e inseparable, la fama sólo la lleva uno. No deja de ser injusto y hasta serían lógicas ciertas escenas de celos o competitividad mal entendida. Pero no sucede. También es cierto que nadie habla mal del otro, pero es un intrépido policía transparente.

Sólo los he visto una vez en acción, lo recuerdo con claridad. Fue hace ya tiempo. Ocurrió cerca del Kunsthistorisches Museum, el museo de historia del arte era de los más ricos del mundo. Se comentaba que algo había ocurrido, algo grave. Hubo un robo y murió un vigilante. Ellos fueron los primeros en llegar. Para mí fue un cúmulo de impresiones difíciles de separar, por un lado me atraía su aparición, me emocionaba, eran los más grandes y podía ensimismarme observándolos mientras ellos trabajaban. Yo quise ser uno de ellos. Pero al ser de la Brigada de Homicidios, no dejaba de sentir cierto dolor al suponer que alguien había muerto en extrañas circunstancias. Lo que a su vez era muy excitante. Y al mismo tiempo, me daba remordimientos sentir esta especie de ilusión macabra por estar cerca de un crimen y verlos investigar. Demasiadas sensaciones.

Como conocía sus gustos pues habían tenido hasta entrevistas en la prensa, me acerqué con unos bocadillos de salchichas y bebidas frescas. Así los conocí. El comisario Moser, el transparente, me lo agradeció efusivamente, y Rex, su compañero, el perro policía más guapo de Viena, se lo comió de un bocado.

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