«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El segador de tempestades

7 de abril de 2014

La independencia catalana lleva décadas en el horizonte, que es la estantería donde se colocan las cosas inalcanzables, como las galletas de chocolate en las casas con niños. Es un hecho que conoce cualquier catalán alfabetizado que emocionalmente haya superado la pubertad. Incluso los nacionalistas lo saben. Por eso hace tiempo que aplican a sus masas lavados de cerebro y métodos de control mental, por la misma razón por la que pueden prescindir de quirófanos pero nunca de televisiones.

Alguien, en algún momento, tendrá que hacer algo con Cataluña. Algo que no sea insultar a los catalanes, pero tampoco seguir raspándose las rodillas ante los separatistas de butifarra y tres por ciento, esa mezcla de vulgaridad aldeana y corrupción institucional que es el nacionalismo.

Muy al contrario de lo que dicen los tibios -que son los lacayos de los oligarcas y el café con sal de los dioses-, el rumbo sedicioso del catalanismo no es un órdago político. No es como que te saquen la lengua o te alcen la voz. Es ciscarse en las últimas oportunidades que nos quedan para entendernos, que no son infinitas ni son cómodas, y van camino de alojarse en ese gran museo de la nostalgia histórica que forman todas las ocasiones perdidas.

El debate bizantino, aburrido -por momentos ridículo- de ayer nos trae a la memoria las idem de Gil Robles, que son un ladrillo pero tienen un título acertado No fue posible la paz. También las novelas de Guareschi sobre don Camilo, cuando el sacerdote suplicaba paciencia a su Cristo: “sujetadme Señor o yo marcho sobre Roma”. Porque no se pueden dinamitar los puentes, contaminar los argumentos, levantar banderas de odio populista sin que se acaben prendiendo todas las mechas.

También se equivocan los que creen que el problema catalán lo acabará arreglando Europa, que es una creencia similar a la de la cienciología o a la iglesia maradoniana, dicho sea con todo el respeto que merecen esas religiones. Que es el que es.

Pero alguien, de verdad, en algún momento, tendrá que hacer algo con esta propuesta de regresión a lo tribal disfrazado de derecho a decidir. Los adalides de la autodeterminación se parecen todos; Bokassa también camuflaba su antropofagia en los menús. Ahora el parlamento de Cataluña, con el permiso que le dio el inspector de nubes, se ha convertido en una cooperativa de sembradores de vientos. Y aunque lo haga cantando, no le va a resultar agradable al segador recoger esa cosecha.

 

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