«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Defender la vida

21 de noviembre de 2014

Si uno quiere saber la verdad sobre el aborto sólo tiene que explicarle el proceso a un niño, ni siquiera hacen falta fotos. El infante reacciona con incredulidad y horror, entendiendo -mejor que muchos adultos- que él mismo ya se ha convertido en superviviente de una matanza que le ha rozado. Para consolarle, también le podemos contar que hay quien se empeña en seguir rescatando a otros niños de ese final saturniano.

Por ejemplo Jesús Poveda, que tiene mucho de Schindler con su lista de indultados, de Pimpinela disfrazado en París, del audaz Félix Schlayer en mitad del horror madrileño, de cualquiera de esos personajes de la literatura o de la historia que se dedicaron a rescatar a las víctimas del holocausto de turno, el que en cada época promueven los señores de su tiempo, genocidios repetidos y auspiciados por revolucionarios de cualquier pelaje o por simples carniceros mimados por el poder. Poveda quizáes más Pimpinela que ningún otro, porque el héroe inglés burlaba a la guillotina sin perder la sonrisa ni el sentido del humor, y este médico provida tampoco pierde la alegría mientras conspira contra la maquinaria del aborto, salvando muchas veces en el último instante -como en las novelas- a bebés destinados a las trituradoras.

Poveda y sus rescatadores se agolpan clandestinamente alrededor de los abortorios y ofrecen caminos de libertad a las madres que han sido arrastradas hasta allípor la soledad, la violencia o la propaganda. A veces consiguen salvar a los reos, pero también saben -como sabemos todos aunque disimulemos silbando- el lado trágico de la historia: que a pesar de su esfuerzo son millones los niños que en Europa y en en mundo no han podido eludir los quirófanos del exterminio.

 

En Eslovaquia erigieron un monumento bellísimo a estas víctimas del gran genocidio silencioso. Seguro que a Jesús Poveda -siempre tan inexplicablemente alegre- le gusta esa estatua que habla del aborto sin necesidad de mostrar un pequeñísimo cadáver despedazado, ni ninguna otra de las miles de imágenes cruentas que proporcionan los aventajados discípulos de Herodes. El grupo de madres eslovacas que patrocinó el monumento -obra del joven escultor Martin Hudáčeka– quería recordar a los niños no nacidos, y Hudáčeka creóuna composición en el que un niño -o casi su espíritu, porque es transparente- consuela a una madre arrodillada, que se tapa la cara con las manos recordando un horror. Es la imagen de una piedad que difícilmente podemos merecer. Tiene mucho de buena teología -y por eso de paradoja- que sea ese frágil niño de cristal el que conserve la paz, acompañando en silencio el desconsuelo de la madre frustrada -porque los crímenes crean víctimas y dolor en todas las direcciones-. También contiene una metáfora más universal, que la madre destrozada somos todos, cómplices por omisión, por silencio o por comodidad, e inevitablemente rotos y arrodillados cuando nos enfrentamos a la verdad de esta hora 25. No es imaginable que una sociedad que ha consolidado el derecho a exterminar a sus propios hijos puede merecer ese perdón sosegado de sus víctimas, ni siquiera la leve caricia cristalina que el infante deposita sobre la mujer, un contacto sutilísimo -el gran hallazgo de Hudáčeka- capaz de conmover y humanizar a la piedra. O a lo mejor sí, quizáin extremis conseguiremos el ego te absolvo del Niño -misterios de la Redención- y por eso Jesús Poveda y sus rescatadores son capaces de seguir luchando alegres, conscientes de que cada victoria es una victoria absoluta, y que por el contrario la matanza repetida habráde terminar más temprano que tarde. En realidad es un tema matemático: o Europa acaba con el aborto, o el aborto acaba con Europa.

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