«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La patria es otra cosa

9 de abril de 2014

Los partidos catalanistas han llevado al Parlamento la propuesta de aprobar una ley que permita un referéndum de secesión en y para Cataluña. Mariano Rajoy ha mirado compungido a los nacionalistas. ¿Pero no véis que lo que me pedís es imposible? Si yo tuviera la soberanía nacional en mis manos… pero no puedo hacer nada, hijos míos. La Constitución es lo que hay, y dice claramente que referéndum sólo cabe el que pregunte a todos los españoles. No me miren a mí. Es más, yo les abro una puerta. Una puerta que siempre estuvo abierta: la reforma de la Constitución. Patada a seguir. Hay margen de sobra para la política, que es el arte de lo posible con nosotros manejando el cotarro.

Luego llega Rubalcaba. No puede dar el paso de permitir el referéndum, ni ningún paso decisivo hacia la secesión. El día en que Cataluña deje de ser (legalmente) España, el PSOE deja de ganar unas elecciones nacionales en al menos cinco décadas. Pero debe seguir siendo simpático con el nacionalismo, con el que tiene un pacto de sangre contra la derecha y, necesariamente, contra España. Difícil equilibrio. Ah, pero Rubalcaba es muy listo. Escuchémosle como a Frank Underwood: «Propongo una constitución federalista. Es suficientemente atractivo para los secesionistas, mientras que lo visto de apaciguamiento y voluntad de seguir unidos frente al resto. Salvo la cara frente a unos y a otros, que los míos tragan lo que les eche». Patada a seguir.

Formalmente, los dos están de acuerdo. Pero no se han unido para decir lo fundamental, que son dos cosas: una, España es España es España, y no está en discusión. Y dos, que no se puede transigir con la ley. No sólo está la Constitución como último argumento político, sino las leyes que ésta ampara. Mariano Rajoy, y antes Zapatero, y antes Aznar, y antes… han permitido que las leyes de los españoles se incumplan en Cataluña y el País Vasco. Y que los derechos de los ciudadanos allí se violen sistemáticamente. Son ellos los que han aceptado el juego de paz por violaciones sistemáticas de la ley. Por eso el argumento de Rajoy no es creíble. Acude a la Constitución como último recurso, pero él mismo es cómplice de su violación sistemática.

Entonces Rajoy (y esto lo hereda de José María Aznar), por un lado desprecia la Constitución y por otro la sublima como fuente no ya de las leyes, sino de la patria. Dice: «A todo esto, a todo lo que nos unió en 1978 y que nos une todavía hoy, a todo esto, vagamente, sentimentalmente, sin ningún afán trascendental, lo llamamos patria. Pero si a ustedes no les gusta, podemos llamarle futuro».

Pues si Rajoy a la Constitución, vagamente y sin sentimientos, le llama «patria», algunos llamamos «patria» a España, una comunidad política sancionada por muchos siglos de historia común, y con raíces dos veces milenarias. Algo tan importante que nadie se ha atrevido a hablar de ello en el Parlamento nacional.

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